La sostenibilidad del Sistema Nacional de Salud de España se ha visto amenazada tanto por la recesión económica de los años 2008 a 2014 como por los efectos de la pandemia por el COVID-19. A pesar del notable crecimiento del gasto público han aumentado los problemas de accesibilidad a la atención primaria y las listas de espera para consultas e intervenciones quirúrgicas en los hospitales. Además, han crecido tanto el número de pólizas de seguro como el gasto sanitario privado. Es decir, a los problemas de falta de eficacia y eficiencia se ha añadido el de la falta de equidad. No resulta de extrañar que la valoración que hacen los ciudadanos sobre el sistema de salud se haya deteriorado, porque el valor de los servicios públicos lo asigna el ciudadano y lo hace por medio de la calidad advertida, la percepción de utilidad y el nivel de satisfacción de sus expectativas. Todos los sistemas de salud de los países occidentales muestran dificultades similares, originadas en un principio por el envejecimiento de la población, la mayor prevalencia de enfermedades crónicas, el encarecimiento de las tecnologías sanitarias y la mayor exigencia de calidad que muestran los ciudadanos, que se han visto agravadas por las consecuencias de la pandemia. Todas estas circunstancias hacen inexcusable la transformación del sistema de salud, que debe estar enfocada a generar valor para el paciente y la sociedad, y que solo es posible si se apoya en las tecnologías de la información y de la comunicación para generar conocimiento. Para alcanzar este resultado es necesario adoptar un enfoque orientado por misiones, evitando que el sistema de salud sea objeto de confrontación política. Es imprescindible flexibilizar la gestión económico-administrativa y logística, y la gestión de profesionales, proporcionando a las instituciones sanitarias los instrumentos imprescindibles para la transición de una gestión burocrática y burocratizada a una gestión estratégica enfocada a la creación de valor.