Muchas veces en mi interior me he preguntado cuál sería la causa de que, a pesar de que todos hablan de la razón de Estado y dicen que tal cosa se hizo por razón de Estado, tan pocos hayan llegado al conocimiento verdadero de su naturaleza, y en qué consiste propiamente su esencia; en general, hacen caso omiso de ello y aplican toda su inteligencia en deducir preceptos y máximas sobre este tema, tanto del Secretario Florentino como de las acciones de Tiberio, según las describe Cornelio Tácito; sin embargo, no advierten que aquél, al formar al príncipe, lo aleccionó con los preceptos enseñados por Aristóteles en el Libro Quinto de su Política, donde nos describe las astucias y artimañas de los tiranos -tanto de la primera como de la segunda especie- para conservarse a sí mismos y a su estado sin cambios; y también del Tirano de Jenofonte; así lo mostré a mis oyentes al explicar precepto por precepto el citado Libro Quinto. Tácito, por otra parte, al describir las acciones de Tiberio, tirano sumamente astuto, nos puso ante los ojos con qué maneras y ardides pudo ser conservado el imperio, por tan largo tiempo y a pesar de acciones tan perversas. Y puedo afirmar con toda seguridad que este honrado y fiel historiador nos pintó al vivo las acciones, simulaciones y astucias de Tiberio, con todo detalle, para dejar constancia de ese monstruo tal cual era, y para mostrar al mundo que aquellas acciones se habían perpetrado con el fin de satisfacer la lujuria, la avaricia y la crueldad de semejante hombre -de quien, aún niño, se decía que era un amasijo de cieno y sangre- y no por razón de Estado. Ludovico Settala