Muchos consideran que el modelo social europeo -concretamente, su sistema de bienestar y protección social- es la verdadera joya de la corona continental, pues confiere a las sociedades europeas sus cualidades distintivas en materia de cohesión social y atención a las personas y sectores vulnerables.
No obstante, en los últimos años ese modelo social ha sido sometido a fuertes presiones en muchos estados de la Unión, donde el desempleo, por poner un ejemplo, sigue mantenido unas cotas obstinadamente elevadas. Las tensiones resultantes han generado cierta insatisfacción con el proyecto europeísta en su conjunto, lo que ha culminado en el rechazo a la propuesta de una nueva constitución europea. Ello hace indispensable reformar el modelo social y fomentar la regeneración del crecimiento económico. Los países europeos que han obtenido peores cifras de rendimiento económico durante los últimos años pueden aprender mucho de los estados que han sabido hacer frente a la situación con mayor eficacia. Pero, ante el impacto de la globalización, la creciente diversidad cultural y las actuales transformaciones demográficas, es preciso contemplar cambios más radicales. Giddens sostiene que debemos replantearnos el Estado del bienestar tradicional, incorporando todas estas variables a la esencia misma del concepto de «bienestar» social y, por otra parte, establecer una conexión directa entre las cuestiones medioambientales y las demás obligaciones de la ciudadanía. Unas innovaciones que deben ir en paralelo a una mejora de la competitividad europea.