El lector de las páginas en las que Francisco Ayala hace memoria de sus pasos en la tierra se encuentra de lleno con el siglo XX. Todas las vidas son una novela, la novela de un tiempo. Algunas forjan sus argumentos con detalles de significado particular, y cuesta trabajo encontrar los vínculos que unen una ilusión, un miedo, un viaje, unas frustraciones o unos sentimientos amorosos con la historia colectiva. Otras veces los recuerdos pasan con más facilidad de los ámbitos íntimos y privados a la escena pública donde se fraguaron los acontecimientos y los aires de una época. Éste es el caso de la prosa autobiográfica de Francisco Ayala, un balcón abierto al siglo XX, con vistas a la experiencia personal, a las imágenes de España y a las razones del mundo. []
La buena prosa de Francisco Ayala y su pulso de narrador pasan del detalle concreto (el miedo de un niño, el carácter de un profesor, los imprevistos de un viaje, las manías de un amigo) a las reflexiones abiertas sobre los debates políticos o culturales del país que habita y, utilizando el gran angular, a la toma de conciencia de la realidad internacional que sostiene en sus manos el destino de cada nación o de cada personaje. Es lógico que esto suceda en las páginas de un escritor que, como se ha repetido tantas veces, reúne en su palabra la dimensión histórica de una figura pública, la lucidez del ensayista, la sabiduría del sociólogo y la creatividad del novelista