Ramón J. Sender (1901-1982) no publicó nunca unas 'memorias'. Toda su obra 'de ficción' está sembrada de autobiografía, y ahí está su serie 'Crónica del alba' para demostrarlo. Al final de su vida, publicó dos libros 'de no ficción' inspirados por el recuerdo: 'Monte Odina' (Ediciós do Castro), centrado en la infancia, y 'Álbum de radiografías secretas', en el que escribe, fundamentalmente, de sus relaciones con escritores, artistas, políticos e intelectuales.
Cuando 'Monte Odina' y 'Álbum de radiografías secretas' aparecieron, a comienzos de los años 80, la situación política en España era difícil: se escuchaba el ruido de sables, el gobierno de UCD, un partido quebrado, funcionaba bajo mínimos, ETA mataba sin descansoEl país no estaba para libros, y los de Sender, que era un exótico exiliado, pasaron directamente de las mesas de novedades a los almacenes sin que los lectores se enteraran.
Fue en el mismo mes de su muerte, enero de 1982, cuando se publicó en Destino el 'Álbum de radiografías secretas': un libro sugerido por el editor Joseph Vergés. Sender tenía 80 años pero su prosa, iluminada por el deseo insobornable de contar la verdad, y sólo la verdad, suena rotunda.
Se deja llevar y pasa de un asunto a otro, olvidándose a veces de lo que parecía más importante y centrándose en lo accesorio. Pero en esa deriva late más fuertemente Sender: le interesaba todo, se apasionaba por todo, no quería que nada le resultara ajeno. Y a mí me encanta, porque me reconozco en él, inmerso en un remolino que te lleva de un lado a otro.
Una pasión por la vida que lograba sacar adelante, aunque, como le había confesado años atrás a Carmen Laforet, no le resultara fácil hacerlo: 'no respiro, si me dan drogas para respirar, no duermo. Tomo cuatro tranquilizantes cada día, una tableta de cortisona, dos más para ablandar los bronquios y otras tres cosas de nombre endiablado, cada día, sin contar una cápsula pulverizadora de adrenalina que llevo en el bolsillo para una emergencia'.